
La respuesta a esta preunta definitivamente afecta las fibras mas profundas de la conducta humana, si la salvación no se pierde entonces porque se observa en la biblia una humanidad condenada al infierno (Apocalipsis 20:15), de la boca del mismo Dios se declara que gran parte de la humanidad será condenada al castigo eterno (Mateo 13:49-50), y aunque la salvación es absolutamente por gracia, sin ninguna obra meritoria que el hombre pueda aportar (Efesios 2:8-9); parece ser, que para el hombre es mas fácil asumir la mentira de que tiene la salvación en su mano; a la verdad, de que lo único que puede aportar en el plan de salvación es su pecado (Tito 3:5). En tal sentido nuestra meditación abordará de manera bíblica, la incapacidad del hombre para actuar en la salvación de su alma, y la necesidad de un Salvador desde los siguientes postulados:
La incapacidad del hombre para ganar la salvación
Desde que el hombre cayó en pecado al desobedecer a Dios en el jardín de Edén, la muerte espiritual como consecuencia de su rebelión caracterizó a todas las generaciones subsiguientes. La incapacidad del ser humano para comprender las verdades espirituales (1 Corintios 2:14), lo presenta como incompetente para huir de las tinieblas en las que nació sumergido (Romanos 3:12), el hombre no solamente no quiere ver la luz, sino que ama la oscuridad.
“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Juan 3:19
Al no tener en sí mismo poder para buscar a Dios nunca dejará de ser esclavo de su pecado, su concupiscencia no solamente es su prisión, si no su santuario amado, el hombre no quiere ni puede salir de ahí a menos que un Rey salvador le rescate (Romanos 6:22).
La necesidad de un Salvador para el hombre.
Sin importar que la paga del pecado sea la muerte (Romanos 6:23), la humanidad corre tras la corrupción que le dicta su corazón pasando por alto las consecuencias eternas del castigo de su alma (Salmo 14:2-3), ante la ausencia de discernimiento espiritual, el hombre no puede entender que su verdadera libertad está en amar la ley de Dios y no en rechazarla; en tal sentido, es necesario que Dios de manera soberana, retire del ser humano el corazón de piedra que lo rechaza y ponga un corazón nuevo sensible a las verdades espirituales (Ezequiel 11:19-20). No obstante, la obra salvífica debe ir más allá, debido a que la ley rota demanda la muerte del transgresor, fue necesario que Cristo asumiera con su sangre el pago de nuestra rebeldía contra Dios (Colosenses 2:13-14). Como un poderoso Salvador, no solamente pagó por nuestros pecados con su vida, si no que nos dio luz para conocerle personalmente a través de su obra (Mateo 11:27); de esta manera, la voluntad del hombre es liberada a la libertad de los hijos de Dios (Romanos 8:21), pues habiendo sido salvado de la condenación eterna, ahora el creyente puede amar la ley de su Salvador (Jeremías 31:33).
“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo 1:21
La incapacidad del hombre para preservar la salvación.
Una de las inconsistencias que presenta aquel pensamiento de que un creyente puede perder su salvación, es que implícitamente se debe asumir que el ser humano, tiene la capacidad de sostenerla en su poder una vez la ha ganado; un error da lugar a otro, porque si el hombre por sí mismo puede guardar su salvación, el no perderla significa que hizo algo para ganarla (Romanos 4:4-7). Decir que el hombre puede salir victorioso con su salvación de una esfera donde la pudo perder, es ubicarlo triunfalmente en el lugar que solo le corresponde a Cristo (Hebreos 2:14-15). En este orden de ideas, cuando tenemos plena convicción de que la salvación es por gracia (Efesios 2:8), inevitablemente debemos concluir que el mismo que la dio, es el mismo encargado de preservarnos sin caer de la misma, de lo contrario nadie tiene la posibilidad de ser salvo:
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” Judas 1:24-25
Cristo como garante de la salvación.
En virtud de lo anterior, no hay otra gloria en el plan de salvación si no la de Cristo. La garantía total y absoluta de la salvación de la iglesia fue firmada en la cruz con la sangre de nuestro Redentor (Colosenses 1:19-20), aquel día en el Getsemaní, el hijo de Dios hecho semejante a los hombres, se entregó como garante para librar a su pueblo de la condenación (Romanos 3:25-26), maravillosamente mientras parecía derrotado y era atravesado por clavos, clamo ante todas las generaciones la victoria inminente de su Reino. “Consumado es” (Juan 19:30). Ese es el momento histórico que consuma la obra salvífica, todos los creyentes entramos al cielo como si nunca en la vida hubiésemos pecado, debido a la vida perfecta de Cristo y su muerte de cruz.
Conclusión.
La única diferencia que existe entre el creyente y el perdido la hace la obra del Señor (Efesios 2:1-9), el contexto principal de una salvación por gracia a través de la fe en el hijo de Dios, es que es Cristo el autor y consumador de la misma (Hebreos 12:2), esta fe salvadora produce las obras en el creyente que caracterizan la vida de piedad, los frutos producto de la fe; hacen la diferencia entre los que son del mundo y aquellos cuya ciudadanía es celestial (Mateo 7:20-21).
“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.” Santiago 2:17-18.

Pedro De Jesus Gaona Cruz
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