
“Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.”. Génesis 3:12
Estas fueron las palabras de Adán, luego de la desastrosa caída de la humanidad en el Edén, el primer matrimonio en la esfera material de la creación, se resquebraja con una profunda y letal herida causada por el pecado. Ahora, nuestro padre Adán, quien fuese creado para guardar el jardín templo y sus criaturas, se encuentra acusando ante el Poderoso del Universo, a aquel ser tomado de su carne y cuya enmienda divina era servirle de manera incondicional. Eva, la madre de los vivientes fue para él y para la historia, la expresión más auténtica de compañerismo y sumisión que pueda ilustrar una criatura. Fue una esposa creada para amarlo, respetarlo y ayudarlo; no obstante, observamos que este bello panorama marital cambia, cuando el hombre trata de justificarse delante de Dios, al responder por su deliberada desobediencia. Paradójicamente en Génesis 3:12 lo vemos cubriendo su desnudez con la obra de sus manos, mientras culpa a su esposa de su decadente estado espiritual.
Esta es una realidad que observamos en el Edén, y es posible que los varones de la iglesia del Señor la asumamos de manera intelectual, sin tener convicciones claras del asunto, definitivamente Adán es inexcusable, sin embargo la primera manifestación de conflicto matrimonial en la historia, tiene mucho que enseñar acerca del ideal abstracto del hombre sobre el matrimonio, sus expectativas, los efectos de la caída, y la sabiduría para atender las necesidades de una esposa.
El Ideal
Cuando era soltero y oraba al Señor por una esposa; meditaba sobre las virtudes que habría de tener un buen esposo, leía en la Escritura que era necesario honrar a la mujer que Dios me entregara, aquella compañera sería un ser bastante delicado y por consiguiente, delicado habría de ser mi trato hacia ella. Si la cuidaba y sustentaba, mi comunión con Dios jamás sería interrumpida; todo estaría bajo control si yo era capaz de interiorizar, que estaba unido en pacto con una coheredera del reino (1 Pedro 3:7). Mientras crecía el deseo de casarme, iba aprendiendo más cosas sobre la unidad matrimonial y sus propósitos de acuerdo a la Escritura, haber entendido en aquellos días, que la persona más importante en la vida de un hombre es su esposa, es algo que aun me sigue maravillando (Génesis 2:24).
La Expectativa
Esas fueron y siguen siendo mis convicciones. Luego de un cortejo perfecto, como hombre fuerte me adentre en la institución matrimonial, orgullosamente y con pie derecho me halle de cara a las delicias de la vida marital, Dios trajo a una bella esposa; ahora lo único que yo debía hacer, era seguir el cúmulo de instrucciones que diligentemente había estudiado, y todo seria perfecto.
Consecuencias de la Caída
No obstante, más temprano que tarde fui quebrantando todos los principios que de manera intelectual había aprendido, el dulce sabor del orgullo y la autoconfianza se volvieron amargos en mi paladar, cuando me halle impedido para tratar de manera honrosa, delicada y bíblica a la coheredera del reino que Dios me dio por mujer. El hombre fuerte, había extendido sobre la mesa de su hogar, el compendio de debilidades de su carácter personal, los pecados derivados del amor que tenía por sí mismo, estaban extendidos en una larga línea horizontal de cara al trono de Dios, y como quien yace avergonzado ante la consumidora mirada de su Creador, señalé la causa de aquel vergonzoso panorama: “La mujer que me diste”.
Para ese momento la realidad de Adán se volvió mi realidad, y en casa cobró vida aquella escena sobre la cuál había meditado tantas veces. Estos hechos, que ocurrieron en aquella primera unión pactual, son una evidencia de la extrema contaminación del pecado, en consecuencia, los hombres de las generaciones subsiguientes; hemos de vernos de manera inevitable, asumiendo y nuevamente tentados a asumir, la posición acusadora de Adán ahora en contra de nuestra esposa. Esa escena que la escritura nos recrea yace intrínseca en cada hogar de la tierra, y se materializa cada vez que el hombre de la casa, se cubre de sus obras para justificarse, mientras descarga abruptamente la responsabilidad de un mal liderazgo sobre su compañera.
Indispensable Sabiduría
Los varones de la iglesia debemos comenzar por entender nuestra debilidad en este aspecto, particularmente desconozco cuantas veces estaré ante el trono de Dios volviendo a justificarme a la manera de Adán. Sin embargo, es menester entender que sin la gracia de Dios, repetiremos tantas veces el ciclo, como para no dejar de ver sangrar a nuestras esposas por mucho tiempo. El papel del hombre fuerte no es una opción para los varones del pueblo de Dios, la autosuficiencia y el triunfalismo no son más que el insumo perfecto, para hacernos un delantal de hojas de higuera como lo hizo Adán. En contraste, la plena conciencia de nuestra debilidad, nos llevará por el camino perfecto de la suficiencia en Cristo.
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. 2 Corintios 12:9.
Así las cosas, el Señor nos dará la sabiduría que necesitamos (Santiago 1:5), para ejercer un liderazgo bíblico que sustente, proteja y ayude a nuestras esposas durante su peregrinaje (Efesios 5:25), Jesús mismo es nuestro ejemplo; Él es el esposo perfecto que toma las luchas de su esposa en su mano, sale al frente de la batalla, si ella cae Él la levanta, si no puede caminar la hecha en sus hombros, si ella sucumbe en la incredulidad Él fortalece su fe (Hebreos 12:2), aun si la persiguen asume el agravio de manera personal (Hechos 9:3-5). Aunque no cabe duda que nuestra aptitud en ocasiones se parece más a la de Caín, cuando responde “acaso soy yo guarda de mi hermano”, indefectiblemente sí somos guardas de nuestra esposa y rendiremos cuentas ante el Señor por eso. La integridad de un hombre para gobernar ha de ser probada en los asuntos de su hogar, la sabiduría que el rey Salomón pidió para dirigir al pueblo de Dios, es la misma que demanda la escritura a sus varones, cuando en el contexto matrimonial les dice “vivid con ellas sabiamente” (1 Pedro 3:7). No en vano está escrito que el matrimonio no le es dado a todos (Mateo 19:10-11), pero aquellos que han probado este privilegio en el Señor, han gustado de grande bien. (Proverbios 18:22).
Pedro De Jesus Gaona Cruz
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